Nunca me he permitido transgredir los consejos aleatorios que me dan. "Haces bien en no fumar. Es mejor para la salud y no sabes el dinero que te ahorras", asevera cualquiera sin que yo le haya consultado sobre el tabaco. Me molesta, pero llega a ponerme furioso si son desconocidos que me preguntaban si llevo mechero. Quiere decir que supusieron que lo llevaba. No, no tengo mechero; pero me encantaría sentir el peso de un Flaminaire de gasolina clásico en el bolsillo y su suave frío contra el muslo. Nunca empecé a fumar porque sería incapaz de soportar la reprimenda improvisada de viandantes que no sienten nada hacia mí porque desconocen quien soy. Solamente necesitan, con urgencia ansiosa, alguien que pegue una llama a su cigarro. Pero deseo fumar, fumar de un modo impostado, sin aspirar el humo, sin ni siquiera tener un cigarro en la mano. Es una cuestión estética. Fumar es voluptuosamente aparente si eres escritor, incluso si eres un escritor pasivo y únicamente lees e imaginas como contarías la historia que te están contando. Truman Capote fumaba en las fotografías -tiene una tumbado en la cama que me encanta- y Fleur Jaeggy se hizo una foto con su bonita cara deformada porque está apretando un pitillo con los labios. En el claroscuro de la tarde del jueves -aún no llovía- entré en un estanco con la clandestinidad y el apuro de la primera vez en que pides a un carnicero que te corte unos filetes. Compré una cajetilla de Malboro y musité un gruñido tímido que imitó una despedida. De vuelta a casa, me hice con una caja de lápices Staedtler Noris 120 del 2 con goma de borrar en el extremo. Al llegar, vacié el paquete en el baño, comprobando que el papel se empapaba y que decenas de hebras empezaban a flotar. A continuación, fui a la cocina. Coloqué una banqueta frente al cubo de la basura con el propósito estúpido de afilar lápices. Estuve girando el afilador hasta que tuve veinte del tamaño de un cigarro. La parte superior de la mano me dolía suavemente. Coloqué los lápices dentro de la caja de Malboro. En la sala tenía una edición del Herzog de Saul Bellow editada deliciosamente por Destino en Barcelona en agosto de 1965, el mes del año en que me nacieron en Bilbao. Me senté en el sofá de las lecturas. Saqué un lápiz de la cajetilla con la decisión convicta de fumármelo. Lo fijé entre los dedos índice y corazón antes de levantar la mano a la altura de mi cara y dejarla caer con desinterés. Empecé a chupar la goma que me servía como filtro y a soplar el humo inexistente que empujaba y rescataba de los pulmones en un gesto mecanizado tras tantos años viendo fumar a mis padres. Después de dar varias caladas, cerré el libro para contemplar, con placidez, el humo ascendía ceremoniosamente hacia el techo blanco de la sala.
14 septembre 2015
FUMAR CON IMPOSTURA
Posté par : Jaureguizar à 21:36 - Permalien [#]
Tags : Destino, Flaminaire, Fleur Jeggy, Saul Bellow, Truman Capote
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