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El SÉPTIMO DE CABALLERÍA
3 décembre 2015

LA FILATELIA EN LAS NOVELAS DE ESPÍAS

NUNCA SENTÍ atracción por James Bond. Los gimnasios y las coctelerías no son lugares en los que me sienta cómodo. Por motivos bien diferentes en cada supuesto. Estoy lejos de atender a cada nueva película de 007. La última imagen que tengo de la serie reúne a George Lazneby con Diana Rigg en 007 al servicio de Su Majestad. Volví sobre el personaje con las declaraciones de Rigg, que propone que el espía libere algo de la carga de feromona aria y sea «negro o lesbiana». No sé como funcionaría en la taquilla, pero narrativamente sería interesante romper con esa categoría del cine y de la literatura del varón de clase alta que recibe estudios exquisitos y se convierte en espía. Se remonta cuando menos a Christopher Marlowe, el maestro de Shakespeare, sobre quien nunca se dudó de que fuera genial, homosexual y blasfemo, y sobre quien se sospecha que era agente doble de católicos y protestantes. Un amoral, en todo caso; fascinante y repulsivo al mismo tiempo, como todos los amorales.
Marlowe tuvo epígonos famosos, como Los Cinco de Cambridge, ese grupo de chavales sofisticados que presumían de espiar para Gran Bretaña de la reina Isabel cunado lo hacían en beneficio de la URSS de Stalin. En esos élites altísimas de la sociedad británica rige entre los varones la misma regla inviolable de camaradería que en las pandas de miserables de Finsbury Park. El novelista E.M. Forster lo explicó en un artículo en el periódico The Nation de 1938: «Se tuviera que elegir entre traicionar a mi país o traicionar a mis amigos, esperaría tener valentía para traicionar a mi país».
El historiador del arte Anthony Blunt compartía la inclinación de Forster. Decidió traicionar a su país antes que traicionar a los amigos, que eran tanto sus compañeros en Cambridge como el arte clásico. El profesor  le dedicó un ensayo en George Steiner en The New Yorker (Xerais, 2010). Steiner hace la conxetura de que Blunt, «chico entendido y erudito, experimentó una aversión despectiva hacia el capitalismo» tras reparar en que «le estaba vetado el acceso a ciertas pinturas por encontrarse bajo la custodia de manos privadas» en su país. Por contra, en la Unión Soviética «las grandes obras de arte estaban expuestas en las galerías públicas. Ningún académico, ninguna persona que quisiera reparar su alma frente a un Rafael o un Matisse precisaba esperar, con la gorra en la mano, delante de la puerta de una mansión».
Blunt sería un buen modelo para la propuesta que hace Diana Diggs, dada su homosexualidad. No se pudo concretar el momento en que los servicios secretos británicos escogieron a aquel estudiante del Trinity College para integrarlo en el MI5, pero sí que, aunque ellos no lo supieran, ya estaba la nómina del KGB. Convencido de que su lucha era recuperar para el público el arte, "una tradición que había nacido en las iglesias medievales", Anthony Blunt había reclutado ya a John Caincross. También a su amor, Guy Burgess «habitualmente ebrio y siempre divertido», junto con Donald McLean y Kim Phibly. Estos tres últimos acabaron huyendo a la URSS y Blunt logró en ser nombrado sir por la reina, quien le confió sus colecciones de pintura y escultura. Tras ser descubierto, Blunt defendió que su labor había sido advertir a los soviéticos sobre las actividades de contraespionaje, pero los agentes británicos le atribuyen la delación de cientos de disidentes del Este que acabaron sus vidas tan penosamente como ustedes presumen.
De entre Los Cinco de Cambridge el único que logró acabar con una dignidad vital, aunque no ética, fue Kim Philby. Al saber que era uno de los pocos suscritores del Times Literary Supplement que había en la URSS, el profesor y premio Nobel Joseph Brodsky (Leningrado, 1940; Nueva York 1999) escribió un artículo en ese periódico solicitando a Gorbachov que Philby fuera enterrado en el muro del Kremlin en agradecimiento al pelo contumaz y amplio en el que traicionó a sus país. También podría haber delatado sus amigos. No todo el mundo apreza la E. M. Forster; de hecho, George Steiner lo considera un escritor con obra de rango menor, «con la excepcion de Pasaxe a la India».
Kim Philby escapó a Moscú al recibir el soplo de aire fresco de que habían descubierto que no estaba trabajando para el inglés. Joseph Brodsky emprendió el camino inverso cuando le pasaron «una lista de una de las categorías sociales que serían sometidas a eliminación» en Lituania. Rememora Brodsky que el autor del listado, o xeneral del KGB Serov, había fijado 64 categorías establecidas de individuos peligrosos. La honra de encabezarlas correspondía a los activistas políticos, que venían seguidos de profesores universitarios, periodistas y empresarios. Él pertenecía a la segunda. Brodsky apunta la curiosidad de que «los filatélicos estaban de enhorabuena» porque eran los penúltimos en la orden de la purga, antecediendo únicamente «a los esperantistas».
Brodsky dedicó un ensayo a la afición a coleccionar serlos, centrado en la estampa que la URSS le dedicó a Kim Philby. Aparece en el libro De él dolor y lana razón (Siruela), sin que yo me dé explicado el motivo por lo que el editor original clavó como título de un libro tan divertido.
Para Brodsky, Kim Philby era «el sueño de un escritor de novelas baratas hecho realidad». Escribió esa frase como se pensara en la serie de 007 que escribriu Ian Fleming. Considera que «el éxito creciente de las novelas de espías en nuestro tiempo es el resultado del radical formalismo vanguardista, que hizo desaparecer el argumental de casi que toda la literatura europea». El autor ruso se siente tan fascinado por Philby que mismo propone al director general de Correos de Su Majestad que emita «uno contra-serlo en el que pueda leerse algo como Kim Philby, traidor inglés (1912-1988)».

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