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El SÉPTIMO DE CABALLERÍA
18 mai 2016

PALOS TIESOS

NAPOLEÓN ERA gallego, o cuando menos nació amamantado por un espíritu gallego. Max Gallo cuenta en el voluminoso Napoleón (Planeta) la llegada de Buonaparte con diez años a la Escuela Real Militar de Brienne. A cada infante le asignaban una parcelita de tierra para que cultivase y conociese la vida agrícola. La culpa fue del neorruralismo que afectó a la burguesía urbana de París tras separarse del terroir con la Revolución. Los compañeros sembraron. Napoleón también, pero antes clavó unos palos alrededor de su finca para protegerla. Como hace cualquier gallego con su finca. 

Espanta leer a Thomas Bernhard en En busca de la verdad (Alianza, 2014) escribiendo en 1966 sobre su Austria. «Seremos absorbidos por una Europa que quizás no surja hasta otro siglo y no seremos nada. No nos convertiremos en nada de la noche a la mañana, pero un día no seremos nada. Una nada cartográfica, una nada política. Una nada en la cultura y en el arte. Abrid los ojos y veréis que la oscuridad total es una cuestión de milésimas de segundo en la Historia entera». Medio siglo más tarde Galicia está cumpliendo la profecía austríaca de Bernhard. Tenemos que agradecérselo a esta apatía tan nuestra que nos hizo acomodarnos en el franquismo como nos acomodamos en la democracia, como si fueran estados de organización política homologables. La indolencia hace aceptar una situación y otra distinta con la misma pracidez. A los gallegos nos resulta indiferente lo que suceda más allá de nuestras seguras fronteras de palos tiesos.

 

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