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El SÉPTIMO DE CABALLERÍA
20 mai 2016

TRES SEGUNDOS

 

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Un bisabuelo mío brindó con champán antes de morir. Quiso despedirse con un bombazo de corcho. El día en el que le anunciaron que no se sobrepondría a la extinción, pidió un confesor y una botella de champán. Primero recibió la extrema unción y después reunió a sus hijos para despedirse brindando. Nunca supimos si quería festejar que subía al Cielo o que dejaba en la tierra doce hijos a los que dar estudios y alimento. Puede que en ese momento volviese a la niñez. Disfrutamos de una facultad para recordar con mayor viveza las cosas positivas de nuestra infancia y el primero tramo de la juventud, porque nos parece una conjunción astral, un montón de casualidades felices. Pero somos incapaces de concretar el momento en que se apagó la magia. En la edad adulta, la memoria escoge los apuros y las tristezas. Envidiemos la memoria de los peces, que solamente dura tres segundos. Uno, dos, tres,... y la angustia sale volando en una nubecilla blanca, como si soplásemos harina en la palma de la mano. Al vivír un momento de luz pretendemos que no se ciegue. Si lográsemos ver nuestro barrio con un ojo de pez, odiaríamos esa memoria de tres segundos. Pero no tenemos esa lente. La sensación que menos nos gusta de las malas noticias es que aprietan con fuerza. Pasa como con la muerte: no estamos acostumbrados a soportarla porque es una novedad para cada uno. Nos encogerá el corazón en varios centrímetros cúbicos sin concedernos siquiera tres segundos para que podamos entender lo que está sucediendo.

 

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